El Chico de mis Sueños
Para mucha gente, la mejor parte del día es por la mañana, cuando sale el sol, puedes jugar y pasar tiempo con la gente que quieres. Pero no para mí. Mi parte preferida del día es la noche. Donde puedo verle. A él, el Chico de mis Sueños.
Como cada día, llegué a casa y entré por la puerta trasera para que nadie me viese, que daba a la cocina y luego cené con mi familia. Para luego subir a mi habitación, meterme en la cama y cerrar los ojos, esperando que el sueño me lleve con él.
Cuando lo hace, aparezco en una sala blanca, con dos sillas, y como siempre, una ya está ocupada por él.
Ahí sentado tan erguido y con la voz blanquecina realzando su pelo color azabache, parece un rey, de la corte.
- Buenas noches, Ana- Dice, y me sonríe como cada noche. -¿Cómo estás hoy?
- Bien, ¿y tú? -Le respondo sonriendo, a pesar de la duda inminente que corroe mi cuerpo. -Hay… hay algo que necesito preguntarte desde hace varios días.
- Bueno, intentaré resolverla. Para ti. -Con estas palabras ya ha conseguido ser un poco más perfecto.
- ¿Cómo es que aún no sé tu nombre? Llevamos varias semanas hablando y aún no lo sé. -pregunto algo avergonzada, mirándome las playeras.
- Va a ser que no podré resolverla. Nunca has de saber mi verdadera identidad, puede repercutir en tu vida real y dañarla. -Dijo más serio. -Confía en mí, por favor.
Y confié en él y no repliqué más sobre el tema. Al acabar la noche, nos despedimos con un abrazo, deseando que llegase la noche siguiente.
Pasaron días, luego semanas y cada noche soñaba con él. Una de esas noches, volví a despertarme en la sala blanca que también conocía. Esta vez, él estaba sentado más encorvado de lo habitual, con el pelo negro revuelto y la cara demacrada, sin aquel brillo tan suyo en los ojos.
- ¿Estás bien? -Pregunté extrañada, por no recibir mi diaria sonrisa.
- Sí. Ana, has de irte, por siempre. -Murmuró muy serio.
- Pero, ¿qué? -No entendía nada. -No lo haré jamás.
- Vete, Ana y jamás vuelvas. Jamás sueñes conmigo más.
Antes de poder ya siquiera rechistar, una gran sombra irrumpió en la pulcra habitación, llenándola de oscuridad.
- ¡Fuera, Ana! Despierta ya. -Gritó mientras le engullía aquella oscuridad.
Me desperté jadeando y sobresaltada por el miedo, sin creerme lo que acababa de ocurrir.
Pasé aquel día como uno normal, solo que más preocupada y distante. Al llegar a casa y cenar con mi familia subí a dormir. Solo que, esta vez al abrir los ojos en la sala blanca, él no estaba.
Los siguientes días lo seguí intentando, pero no volvió a aparecer. Pasaron semanas y a cada día que pasaba me sentía más triste, más sola y más distante.
Incluso mis padres se dieron cuenta de mi estado después de entrar en casa por la puerta trasera, que ya estaba abierta desde las seis y derrumbarme de bruces en la cocina. Todos acudieron a mí, preocupados, pero rehuí de ellos y subí a soñar, aunque ahora fuese una agonía y, aún así, volví a toparme con la blanca sala. Al día siguiente, decidí cambiar mi rutina y despejarme un poco de todo y de todos. Y al acabar las clases me dirigí al pequeño bar de debajo de mi urbanización.
Entré y me senté en una mesa individual, esperando que me tomase nota.
Entonces escuché unos pasos de tenerse ante mí, y sin alzar la mirada hice mi pedido.
- Buenas un café con leche, por favor. -Dije en voz neutra
- Como desees Ana. -Me paré en seco, esa voz… era su voz.
Levanté la mirada y me encontré a un chico de pelo azabache y ojos brillantes que tanto conocía, que iba con el atuendo de camarero.
Era él. El Chico de mis Sueños.
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