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"Crimen en Vizcaya" un relato de Marcos Leguina a partir de una excursión de 3º ESO

Foto del escritor: Marcos LeguinaMarcos Leguina

1. La llegada


Aquel día, nos íbamos en una excursión. El destino era Vizcaya, y pasaríamos por un par de lugares de interés en la provincia, con el objetivo de descubrir y aprender sobre el patrimonio industrial de la zona.


Salimos en un autobús desde la puerta del instituto sobre las 8.40 de la mañana, un poquito más tarde de lo previsto. Me había sentado con uno de mis mejores amigos, que iba en el mismo autobús que yo. Tardamos una hora y pico en llegar a nuestro primer destino, Valmaseda, donde visitaríamos la fábrica-museo de boinas “La Encartada”, pero se nos pasó rápido porque estuvimos hablando y divirtiéndonos.


Los guías nos explicaron que la fábrica había sido abierta en el año 1892 y cerrada exactamente un siglo después, en 1992. Durante ese periodo de tiempo, varias generaciones habían trabajado ahí, y como vimos posteriormente algunos ancianos extrabajadores del sitio volvieron para grabar un vídeo y expresaron su nostalgia y buenos recuerdos de aquella época.


A pesar del poco dinero que cobraban, debía de parecerles un buen trabajo. Por supuesto, las mujeres cobraban una miseria y eran las que más duro trabajaban, los hombres, que yo recuerde, solamente supervisaban y cobraban bastante más. Por no mencionar que había niños realizando uno de los trabajos más peligrosos y no les compensaban de ninguna manera.


Al acceder al local, nos pidieron que dejáramos nuestras mochilas en una esquina al lado de una puerta. Yo sospeché: ¿y si nos robaban algo? O peor, ¿y si nos METÍAN algo? Si yo me encontrara de repente una serpiente o una tarántula en mi bolsa de viaje, me daría un patatús allí mismo. Pero si me encontrara algo mucho peor, algo como un paquetito pequeño lleno de un polvillo blanco sospechoso… Podrían llamar a la policía, decir que habían estado inspeccionando las mochilas en busca de objetos peligrosos o perjudiciales para la fábrica museo y que habían encontrado eso. Luego llegaría la policía, me arrestarían, avisarían a mis padres, nadie creería mi versión, iría a parar a un centro de menores o incluso a un correccional, por no hablar de la enorme multa que me caería, ya que, al tener 15 años, ya no soy inimputable. Todo mi mundo y toda mi vida se vendrían abajo, y yo ya no tendría ya nada en la vida que mereciera la pena, lo que me llevaría al suicidio, se abriría un caso policial, y…


“Bueno, tío, para ya con tus películas mentales”, me dije a mí mismo. Suelo imaginarme cosas, como si fuera una película, y a veces no distingo entre la realidad y esas ilusiones. Decidí dejar esos pensamientos de lado y disfrutar de la excursión.


2. El guía


Al ser bastantes, nos dividieron en dos o tres grupos, no lo recuerdo bien. Cada uno de estos tenía un guía asignado. A nosotros nos tocó un hombre que probablemente no llegara a la edad de treinta, de estatura media, pelo corto y castaño tirando a pelirrojo. Yo creo que se puso un poco nervioso, tal vez no estuviera acostumbrado a guiar un grupo tan grande de personas como éramos nosotros (unos veinte o treinta solo en mi grupo). El caso es que dijo la palabra “vale” unas ciento setenta veces, contadas por dos amigos míos que también estuvieron presentes, y su correspondiente en euskera unas cuarenta.


También era remarcable (no necesariamente negativo, pero notable) que era un tipo bastante afeminado, de hecho, algunas personas me dijeron que parecía gay, pero yo les respondía que eso es solo un estereotipo, que no todos los hombres afeminados son homosexuales. Pero, otra cosa que llamó mucho la atención era que fue bastante borde con nosotros. Se comportó de manera bastante desagradable, también era un poco capullo. Utilizó varias expresiones que no nos gustaron, se dirigía a nosotros en ocasiones con un tono de desprecio. Creo que se sentía, en parte, superior o más poderoso solo por el hecho de ser… Bueno, el que sabía del tema.

Además, nos dedicó una mirada de desprecio al acabar la visita que nos dejó a todos muy sorprendidos.


Eso sí, sabía de lo que hablaba. Nos contó cómo funcionaba toda la maquinaria, qué hacía, cuál era su función y cómo interactuaban las trabajadoras con los instrumentos casi como si él hubiera estado presente.


Tal vez era un viajero del tiempo, que había trabajado ahí y le habían encargado la misión de viajar hasta nuestra época, para explicarnos cómo era la vida entonces…

O tal vez era inmortal y cumplía la misma función que en el caso anterior…

O igual simplemente tiene un problema de salud que le hace mantenerse joven, pero en realidad tiene noventa años y…


“Pero bueno, ¡para ya!” Me di cuenta de que no me estaba enterando de lo que decía el guía y abrí mis oídos al máximo. Sin embargo, no recuerdo mucho de sus explicaciones, tal vez porque me estaba centrando en sus “vale”, o bien porque seguía con esas teorías en mi mente y buscando la manera de probar que alguna de ellas era cierta.


3. La sospecha


Cuando acabábamos con la visita a la fábrica, subimos a la parte más alta del edificio, que resultó ser una réplica de la vivienda de los dueños. Era bastante bonita, y se notaba que era una casa de los años sesenta o setenta. Había un pasillo bastante largo por el cual se podía acceder a todas las habitaciones y salas de la casa.


En el momento en que bajamos de nuevo a recoger nuestras mochilas y salir del edificio, me pareció notar que la mía abultaba un poco más que cuando la dejé, lo que me hizo sospechar y retomar la teoría de que me hubieran introducido algo ilegal o sospechoso dentro. Movido por el miedo, abrí mi saco de viaje y, desenfrenadamente, comencé a buscar algo sospechoso que no hubiera antes. No encontré nada más que una hoja de papel con un texto escrito, que no pude leer porque todos se estaban yendo y debía alcanzarles.


En total esta visita duró más o menos una hora, calculo. Después fuimos a un parque al lado, con una parte natural y otra con atracciones infantiles tales como toboganes y columpios. Estuvimos un rato a nuestra bola, comiendo, hablando… Y me pareció ver una figura extraña moviéndose. Era humana, de eso estaba seguro. Le había visto esconder su cara detrás de unos arbustos, como si nos hubiera estado espiando. Qué raro… Pero bueno, me dije a mí mismo que habían sido ilusiones mías, como con todo lo mencionado antes, y decidí seguir disfrutando de mi bocadillo, de mi tiempo libre y de mis amigos.


4. El museo


Aproximadamente media hora después, subimos de nuevo al autobús y fuimos de camino a Portugalete, donde vimos el puente colgante (o puente móvil, como yo lo llamo) pero sin llegar a subir, dejando a la mayoría de los alumnos con las ganas y quejándose.


Nuestro objetivo en este sitio era visitar el Museo de la Industria de Vizcaya, que estaba al lado del puente. Al principio tuvimos problemas para entrar, porque “éramos demasiados”, pero finalmente las profes consiguieron convencer a los empleados del museo (creo que les sobornaron cuando nadie miraba) de que nos dejaran pasar a todos.


Sin embargo, mientras entrábamos me pareció ver la misma figura misteriosa de antes. Qué extraño…

Había varias plantas, cada una con diferentes exposiciones de maquetas, arte y objetos reales que se utilizaron, como eslabones de cadenas. O tal vez fueran réplicas… no lo sé.


En este lugar, no teníamos guía, íbamos mirando a nuestro aire lo que tenían y de vez en cuando se te acercaba alguno de los trabajadores y te explicaba qué era o su contexto histórico.


Había varios elementos con los que se podía interactuar, como un microscopio que permitía observar diferentes muestras de elementos metálicos.


Aquí la visita fue más corta que en el lugar anterior, imagino que fueran unos veinte minutos. Tardé un poquito más que los demás en salir, y al llegar afuera, quise hablar con uno de mis amigos, sin embargo, cuando le llamaba, no contestaba.


5. El crimen


Pensé que estaría hablando con otra persona, y por eso no contestaba. “Pero él siempre responde”, pensé inmediatamente después, “aunque sea para decir que espere un poco…” Giré mi cabeza, buscándole con la mirada, y me asaltó un terrible sentimiento de sospecha. Miré hacia debajo de las escaleras, a la calle, y vi la figura misteriosa que llevaba persiguiéndonos todo el viaje. “Bueno, todo no”, me respondí casi al instante, “sólo desde la fábrica de boinas. Un momento…”. Se me iluminó la bombilla. Volví a mirar, y esta vez pude distinguir con claridad la figura de un hombre corriendo, a la vez que vi que llevaba algo en brazos. “¡Lo han secuestrado!”. Corrí tras del hombre como si me persiguiera alguien, poseído por el sentimiento de rabia y de querer recuperar a este chico que era casi un hermano para mí.


No sé cómo lo hice, pero, a pesar de ser de los más lentos de clase, logré alcanzarlo más o menos rápido. Sería por el enorme sentimiento de amistad y de venganza que me llenaba. Agarré al hombre, y este cayó. Traté de ver su cara, pero llevaba un pasamontañas. Sin embargo, su mirada me resultaba familiar… Se levantó lo más rápido que pudo, y siguió corriendo hasta perderse entre la multitud.

Yo no continué, porque ya había cumplido mi misión. Mi amigo estaba a salvo, ¿o no?


6. El arresto


Estaba muerto. Lo supe en agaché mi cabeza para ver cómo estaba. No solo inconsciente. También frío.


Le habían disparado tres veces, una en el pecho, en el estómago y en la pierna. Imagino que le diera primero en la extremidad para que no pudiera huir, luego en el estómago porque apuntó mal, ya que su objetivo era el corazón, y a la tercera acertó.


Me di cuenta de que algo se le cayó al sospechoso mientras corría, así que fui a ver de qué se trataba.

Una pistola con silenciador. ¡Cómo no! Así fue que nadie se enteró. Al momento, apareció la policía, me vieron con el cadáver de mi gran amigo en las piernas, una pistola con silenciador en las manos, y pensaron “¡Blanco y en botella! Hemos encontrado a los dos que faltaban.”, y me detuvieron por asesinato.


7. La verdad


Me interrogaron e inspeccionaron. Llegaron a la conclusión de que la víctima era uno de mis mejores amigos, y que yo no podía haberle matado ni siendo esquizofrénico de tanto aprecio que le tenía.

Sin embargo, en mi mochila encontraron varias pruebas que decían lo contrario y me calificaban de culpable: una confesión escrita, firmada a mi nombre (¡claro! Eso era la hoja escrita que encontré después de la fábrica) y dos cartuchos de bala que yo no había visto antes.


Les conté mi teoría, que tal vez probara mi inocencia. La teoría era que el asesino pensó usar dos balas, pero usó tres, como ya comenté antes. Sin embargo, no se veían muy convencidos del todo.

Analizaron la pistola y hallaron una inscripción que les hizo descubrir definitivamente que yo no era culpable: contenía el nombre completo del asesino, su número de teléfono y su dirección.


“Sólo un idiota haría esto”, pensamos a la vez los policías y yo, “meter una nota de identificación en un arma usada para un crimen”. Analizaron también las huellas dactilares en el mango (había mías y de otra persona) y coincidían con el hombre que mató a mi relación más cercana.

Vieron que nuestros nombres y huellas no coincidían y también pensaron que yo hubiera sido incapaz de matar a mi mejor amigo, y que tenía los ojos muy irritados de tanto llorar, así que decidieron dejarme en libertad.


Me contaron también la historia: los profes estaban subiendo a los alumnos a los autobuses, como siempre, contando, por si faltaba alguien, y descubrieron que había dos alumnos que no estaban. Llamaron a la pasma para que les ayudaran a buscar y, como ya se sabe, nos encontraron.

Yo fui al autobús, con una terrible desgracia encima, con una noticia que ya todos conocían, y marchamos en dirección a casa. No abrí la boca en una semana.


8. El culpable


Los policías llegaron a casa del sospechoso y derribaron la puerta de entrada. Había alguien dentro, y lo supieron porque oyeron un sonido procedente de una habitación cerca de la puerta. Se estaba escondiendo. Silenciosamente, los polis entraron a la sala de donde salió el sonido delatador, que resultó ser el salón. Pudieron entrever una parte de una cabeza temblando detrás del sofá.

El hombre no opuso resistencia. Estaba muerto de miedo, y se sentía muy culpable por sus actos. Fue arrestado, llevado a comisaría y obligado a declarar. Fue también llevado a juicio, y condenado a varios años de cárcel.


También apareció en los telediarios, como “El Asesino de Niños de Vizcaya”. Y, ¡adivinad de quién se trataba! ¡Era el guía borde de la fábrica!


9. La confesión


-No quiero desvelar mi nombre, pero sí me declaro culpable de la muerte de aquel niño. Le proporcioné una visita guiada en la fábrica-museo de boinas La Encartada (Valmaseda, Vizcaya), y me estuvo tocando mucho las narices. No prestaba atención a mis explicaciones y se reía todo el rato con sus amigos. Me da la impresión de que no le caí muy bien, porque todo el rato me miraba con desagrado, pero sinceramente, él a mí también me cayó mal.


» Siguió molestando y al final acabé perdiendo la paciencia. Decidí perseguirles durante el resto del viaje, con la intención de hacerme respetar. Metí un par de cartuchos de bala en una mochila aleatoria y me fui corriendo a casa a coger mi pistola con silenciador. Volví lo más rápido que pude, con la esperanza de que aún no se hubieran ido, y así era, pero por los pelos. Estaban montando en su autobús. Decidí escaparme del trabajo ese día, y les seguí allá donde fueran, con la esperanza de buscar algún rato de descuido por parte de todos.


» Llegaron a Portugalete, y entraron a un museo. Intenté pillarle cuando las profesoras intentaban negociar con la encargada del museo, pero un niño me miró justo cuando estaba dispuesto a hacerlo, y me vi obligado a esperar hasta que se hubiera olvidado, por ejemplo, cuando salieran.


» Permanecí atento a cuando salieran, no quité la vista de la puerta del museo. Cuando salieron todos, salí del escondite y llamé a mi objetivo. Parecía un poco tonto, así que pensé que la vieja estrategia de ofrecerle algo funcionaría. Cuando llegó, le dije “espera un poco, majo, que te quiero dar una cosa”. Me quité la mochila e hice como que buscaba una tableta de chocolate, y saqué un trapo. Le cubrí toda la cara “para que fuera una sorpresa”, así no podía ver que después saqué la pistola. Le apreté un poco más en la boca para que no pudiera gritar cuando le disparara en la pierna. Al haber sido herido ahí, como bien pensó el niño que me delató, no podría huir, y después le quise dar en el corazón, pero debido a mi pésima puntería, le di en el estómago. Finalmente acerté, murió y ya le pude quitar el trapo. Entonces, descubrí que un amigo suyo (el niñato que descubrió que fui yo) le llamaba, así que decidí correr.


» Me dio alcance rápido, él se quedó después con la víctima y mi pistola, que se cayó y no pude recoger porque entreví unos policías llegando a la zona del crimen. Luego, los polis llegaron a mi casa (fui tan imbécil que olvidé quitar la etiqueta identificativa de mi arma), y me arrestaron. Lo demás, ya se sabe.


10. Otra muerte


A los dos días de la entrada del asesino en la cárcel, se halló otro cadáver. Pero esta vez fue dentro de la prisión, y más específicamente en su celda compartida. Sin embargo, no fue su compañero quien fue hallado muerto, sino él quien halló al muerto.


El guía se había suicidado. ¿Cómo? Se ahorcó. Dicen que no podía con la culpa de haber matado a aquel niño, y por la noche decidió acabar con su vida. Fue encontrado con los pies por encima del suelo (colgando) de madrugada.


Epílogo. El funeral


Mucha gente asistió al funeral de mi amigo. Amigos, familia y su novia, llorando a moco tendido. Algunos del pueblo, para dar el pésame. Otros, ni siquiera le conocían, pero habían oído la historia y quisieron venir.


Fue el día más triste de mi vida. El cura se puso a recordar bonitas anécdotas de su vida, lo que nos hizo a todos berrear mientras convertíamos la tierra del cementerio en barro a base de saladas lágrimas.


Cuando lo enterraron, sentí que una parte de mí iba con él. Nunca más volvería a verlo. Lloré aún más al darme cuenta de este hecho.


Sin embargo, traté de convencerme de que la vida sigue su curso. Él será irremplazable, eso desde luego. Pero también puedo hacer nuevos amigos, que probablemente serán tan buenos como él.

Mi mejor amigo se había ido, eso era un dato innegable. Pero también lo era el que había y habrá muchas más personas importantes en mi vida.


***


Sin embargo, al funeral del guía asesino no asistió nadie. Pero cuando digo nadie es ABSOLUTAMENTE NADIE. Ni siquiera un cura. Claro, no había ninguno dispuesto a elogiar a un asesino de niños…


Tampoco nadie quería ir a recordarlo, ni honrar su memoria. Toda España le había cogido puro ASCO.

Mientras que mi amigo murió como un inocente, y pervivirá en los corazones de mucha gente, este hombre fue condenado al odio nacional, y posteriormente, al olvido.

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